De este otro lado


Sucedió porque tenia que suceder, sucedió cuando no tenia que suceder, pero fue mejor que sucediera. Podría no haber sucedido, y no hubiera sido mejor. Simplemente sucedió, como la lluvia en diciembre o la decrepitud del cuerpo en cierta estación de nuestro existir, consciente que va suceder lo único que sabemos que nos va a ocurrir con certeza en la vida; con la misma certeza que se sucedían las interminables discusiones con la mamá de Elsa, batallas perdidas antes de ser, como las justas que libran las hojas que se resisten a caer a pesar del otoño. 

¿Realmente fue mejor qué sucediera? No lo sé, pues sucedió y la historia ya no podrá ser escrita contando aquello que no sucedió. Aspiramos a estar en Atzilut, para hacer que sucedan solamente nuestros anhelos, pero nuestra vida transcurre en Assiah, en el reino de Malkuth, caminando hacia Yesod sin saber que poseemos todas las herramientas que necesitamos para el viaje; por no saber es que olvidamos ser obreros y dejamos que las cosas simplemente sucedan. 

Siempre son difíciles las malas noticias, aunque el paso del tiempo las convierte simplemente en noticias, aunque yo sienta que esta siempre será mala, no para mí que ya conozco el desenlace, sino para el resto, que no sabe de finales que indefectiblemente sí serán finales. 

Sucedió el dolor que me carcomía el cuerpo, más aún la cadera, era una zarpa joven e impetuosa, que nunca llego a herir mi alma. Pero para que mi dolor no sea más dolor aún, simulaba su ausencia, simulaba la falta de fuerzas, simulaba no querer dormir cuando el sueño era el único calmante efectivo, simulaba que no me importaba, simulaba que todo estaba bien y sobretodo simulaba que todo iba a estar mucho mejor. Pero claro, todos sabíamos que jamás iba a estar mejor; claro que lo sabíamos cuando no podía mantener en mi cuerpo la comida por más de unos pocos minutos. 

De chico odiaba mi pelo, cuando llegué a la edad en que empezaba a salir con mis amigos, jamás pude acomodarlo al uso de ese tiempo; había días que deseaba ser calvo, pues el pelado, no se por qué, siempre pensé que atrae más a la mujeres. Pero no hablo del pelado con la aureola franciscana, sino el pelado orgulloso de su no pelo, con su brillantez cargada de omnipotencia. El veneno que me daría más vida, me brindó esa calvicie que deseaba en aquellos años de juventud. Pero esa calvicie era el símbolo de mi dolor y del dolor de los otros: fuerte, intolerable y perenne. Aunque siempre mi dolor fue más tolerable que el de los demás. Salvo uno. 

El dolor de uno, era el más doloroso de lo dolores. Era el dolor que no quería, era un dolor insoportable, hubiera querido cargar yo solo con ambos dolores. 

Con ella, cada charla rumiaba a despedida. Recuerdo cuando se puso celosa de Blimele, mi gata, porque podía acurrucarse en mi regazo durante el invierno; también recuerdo el calor de su mano cuando cruzábamos las calles yendo al colegio. Decidí escribirle un libro sobre las cosas de la vida, para que más adelante cuando el tiempo haya sanado el dolor, pudiéramos seguir conversando a través de esas palabras escritas en el pasado, para poder guiarla en ausencia y poder ser en el tiempo eso que ya no podría ser. 


Luego de un largo sueño me desperté de este otro lado, parado delante de los guardianes del portal. Miro hacia atrás y quiero cruzar solo por una vez el mar inconmensurable y volver a aquel otro lado, y contarle a Elsa que todo esta bien, que el vano ardor de sus ojos pasará, que nada se termina, que el viaje continua distinto pero igual, que no seré una estrella en el desierto azul como le mencione al pasar una noche cualquiera, y decirle que no llore más a los pies de esa fosa, porque la tumba esta vacía. 


(c) 2017 MC. #historiasdelibros

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